El cansancio de la democracia en América Latina

El gobierno democrático es el formato de gobierno esencial de la edad moderna, que logró imponerse a los viejos modelos imperialista de la antigüedad y a los monárquicos de la Edad media

OpiniónEl lunes Nelson Mateo
NELSON-MATEO-Periodista

El sistema democrático exhibe un deterioro lento pero progresivo en Latino América a partir de una serie de fenómenos políticos registrados, que, para muchos politólogos, son destellos preocupantes que amenazan al régimen de libertades que tanto nos ha costado construir y sostener en el tiempo. Lo vemos con el sucesivo surgimiento de experimentos sociales a los que los europeos les llaman Euroescépticos y en Estados unidos, autfither, al frente de la cosa pública.

El gobierno democrático es el formato de gobierno esencial de la edad moderna, que logró imponerse a los viejos modelos imperialista de la antigüedad y a los monárquicos de la Edad media. Es el estilo de administración estatal por excelencia del concierto de naciones mayoritarias, que en el mundo defienden el progreso de la sociedad y el respeto de sus libertades garantizadas por el Estado de Derecho.

Sin embargo y a pesar de su juventud como modelo de administración, el Constitucionalismo Democrático va dando señales de cansancio.  No ha sido capaz de garantizar el progreso y la paz que le ha confiado el Soberano en algunas sociedades de Sur y Centroamérica. Me refiero a naciones como el Salvador, Argentina, Nicaragua y la mayor expresión del desastre democrático: Venezuela. En esos pueblos, el votante ha preferido correr el peligroso riesgo de colocar frente a la administración del Estado a políticos antisistema, sin importar que sus libertades hoy estén más limitadas que ayer; en algunas naciones, como Nicaragua y Venezuela, el sistema fue incapaz de advertir sus amenazas internas. Son cambios en la forma de gestión, que alejan a estas naciones del Estado de Derecho; pero hay que reconocer que lo hacen como respuesta a la frustración que les genera el fracaso del Régimen Democrático, incapaz de preservarle el tan anhelado progreso social.

El Salvador, antes de llegar al poder Nayib Bukele, en el 2015, exhibía la tasa de homicidio más alta del mundo, con 105 asesinatos por cada 100 mil habitantes, lo que lo convertía en uno de los países más inseguros del Continente. El clima de inversión cayó en niveles alarmantes y la corrupción arropaba al sector público y el privado, como las metátesis de un cáncer que amenazaba la vida del pueblo centro americano.

En Argentina, más al sur de América, la situación política, económica y social no era distinta. La inflación se encaramó en un 200 por ciento, convirtiendo ese pueblo en un verdadero infierno para vivir, antes de Miley asumir la primera magistratura de una nación que llegó a ocupar el puesto número 5 en el ranquin económico mundial. En ambos casos, la decepción de un pueblo acosado por el hambre, la corrupción política y la inseguridad, los llevó a tomar el riesgo de dejar su futuro en manos de lo desconocido; no como un voto de confianza, sino más bien, como un voto de castigo contra lo existente.

En la Nicaragua de Ortega y la Venezuela de Chávez, ahora de Maduro, la debilidad institucional y, en principio la inestabilidad de sus gobernantes, permitió que, en el mismo corazón del sistema, crecieran a su sombra los verdugos que hoy se imponen y se mantienen a sangre y fuego.

En todos los casos anteriores, la debilidad institucional, la falta de consecuencias, la corrupción administrativa a expensas de la miseria de la gente, han sido el común dominador para que la gente deje su futuro en manos de cualquier invento político que se declare opuesto a lo conocido. Es así como hemos visto ascender al poder político a comediantes, bailarines, periodistas y obreros de la minería como respuesta a la ineficacia de los tradicionales.

Se trata de propuestas políticas que han sabido montarse en un discurso que, si bien el electorado no entiende, lo apoya como una negación radical a lo que lo oprime; claro que usando estrategias comunicacionales en las que no se necesita ver el fondo si no la forma. Es lo que el doctor Guido Gómez Mazara ha calificado como líderes prefabricados sin contenido.

La región debe revisar con preocupación la ruta que lleva la democracia. Nicaragua, Venezuela, el Salvador y Argentina son expresiones, una más que otra, que deben llevar a reflexionar al concierto de naciones que cree en la democracia como el mejor sistema de gobierno para garantizar el Estado de Derecho de los pueblos y su convivencia pacífica; pero antes se debe revisar el sistema político que lo dirige para no caer en los errores que han permitido el peligroso cambio, algunos de ellos con la anuencia ciega de una sociedad que busca con desesperación mejorar su realidad.

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